Instituto
de Verano para Discapacidad y Teología
Debbie
Creamer, PhD
dcreamer@iliff.edu
Julio
16, 2012
(traducido
por Rev. Anne Dunlap)
* trabajo en curso -- no se puede copiar o citar sin
permiso *
Algun@s de ustedes saben de que mis intereses
académicos, ya por mucho tiempo, se han enfocado en re-pensar y reclamar
discapacidad desde una perspectiva teológica -- y, re-pensar y reclamar
teología desde una perspectiva de discapacidad -- mayormente a través de mi
propuesta sobre el modelo de límites, que ofrezco como una compañera a modelos
de discapacidad que enfocan en lentes morales, médicos, o sociales/minoritarios
. He sugerido de que, aún mientras
empujamos contra entendimientos morales no críticos (que dicen que ser
discapacitad@ es una maldición o una bendición, que somos víctimas o sant@s),
aún mientras declaramos que los entendimientos médicos son peligrosamente
parciales (somos más que cuerpos-máquinas con partes que trabajan y no trabajan
a mayor o menor grado), y aún mientras abogamos por los derechos de personas
que experimentan discriminación y exclusión por la forma en la cual la sociedad
se trata (o falta de tratarse) nuestras diferencias
físicas/cognitivas/afectivas, también es importante reconocer que “personas con
discapacidades” no son las únicas que experimentan “impedimento” o
límites. De hecho, como he discutido,
límites son un aspecto ordinario y no sorprendente de la vida humana --
discapacidad es más “normal” que normal, en que lo normal no existe realmente
(o, por lo menos, nunca he conocido una persona “normal”), y a lo más
cualquier/a de nosotr@s es capacitada/o de cuerpo temporalmente. Subrayo el hecho de que tod@s experimentamos
algunos límites todo el tiempo, y tal vez es tiempo para poner atención a
cuáles límites etiquetamos como normal (por ejemplo, que no podemos volar)
versus esos que consideramos disruptivos (por ejemplo, que no puedo
correr). Estas preguntas son un poco
contra-intuitivas porque vivimos y respiramos estos entendimientos de lo que es
“normal” y que no lo es, pero puedes tener vislumbres de la naturaleza
arbitraria de nuestro sentido de límites cuando piensas en como hasta nuestras
ideas de lo que es y no es una discapacidad cambia tras el tiempo, o como
pensamos que es normal adaptar por el impedimento de que algun@s de nosotr@s no
pueden caminar a todos los lugares que queremos (entonces fabricamos carros,
trenes, aviones, hasta transbordadores espaciales) pero no escogimos adaptar
por el impedimento de que algun@s de nosotr@s no podemos oír el audio en un
cine.
Aún más valientemente, como una teóloga, he sugerido
de que no solamente los límites son una parte no sorprendente de ser humano,
sino también que son intrínsecos a nuestra humanidad, y son buenos (o por lo
menos, no malignos). Sí, hay algunos límites
que son peligrosos o que no debemos de aceptar, y límites impactan nuestras
vidas en formas significativamente diferentes.
No estoy argumentando por un sentido blando de que “tod@s somos
discapacitad@s,” sino cuestionando cómo vivimos nuestros valores mientras
vivimos en y fuera de nuestros límites, y en particular, preguntando cómo
interpretamos límites a la luz de nuestros entendimientos de Dios, y como
pensamos en Dios a la luz de nuestras experiencias de límites. Por ejemplo, cuando leo Génesis 1, donde Dios
vió todo que fue creado y lo llamó bueno -- muy bueno, de hecho -- y veo de que
cada persona de nosotr@s tenemos límites, imagino que límites no son contrarios
a lo que es sagrado y bueno. O, sugiero
de que no blasfemo considerar un Dios con límites, y que puede ser que límites
conectan a características de Dios que para mi tendrían valor, como
perseverancia, interdependencia, y creatividad, cosas que miro crecer de
experiencias de límites, que me permite imaginar la bondad de un Dios con límites. No espero que tod@s leen la historia de
creación en Génesis como yo, claro, ni de estar de acuerdo con mi sentido de
que Dios pueda tener límites -- sin embargo espero que personas que encuentran
mi trabajo por lo menos puedan tomar un momento para pensar en lo que pueda
significar que tod@s experimentamos límites y si, por ejemplo, eso pueda
ayudarnos desbaratar algunas de las categorías de nosotr@s vs. ell@s que
tenemos la tendencia de crear alrededor de discapacidad y no-discapacidad, o
pueda permitir espacio para nuevas preguntas sobre lo que es que estimamos
“normal.” Todas y todos tenemos límites,
y nos sirve pensar teologicamente y éticamente sobre estos límites en vez de
tratar de pretender que no existen o no deben de existir.
Hasta ahorita, en mi trabajo académico, mayormente he
hablado sobre límites en general, o por mirar un recorrido grande de
límites. Lo que quiero hacer esta mañana
es compartir algunas de las ideas y preguntas con las cuales he estado manejando
recientemente mientras me enfoco específicamente en dolor crónico. Igual como he discutido que los límites no
son un defecto de un humano ideal-normal sino que son una parte de lo ordinario
y la bondad de la creación -- y que entonces la discapacidad no es un
“problema” sino una parte de la belleza que aparece en la diversidad de la
humanidad -- me gustaría probar una perspectiva de dolor que inmediatamente lo
considera como un problema médico para “arreglar” sino una que considera el
dolor como parte de la belleza y el alcance de lo que significa ser
humano. Déjame decir eso de nuevo -- mi
propuesta hoy es que probemos una perspectiva en la cual, en vez de ver el
dolor ante todo como un negativo, lo reclamamos con aprecio como parte de la
plenitud de vida y la bondad de la creación de Dios, y hasta como un elemento
de la propia naturaleza de Dios. Igual
como con límites, no quiero discutir de que *no* debemos de preocuparnos con
arreglar o tratar el dolor, sino lo que estoy proponiendo es que “como lo
tratamos” no debe ser nuestra única pregunta o enfoque. Este realmente es un trabajo en curso -- lo
que estoy presentando hoy es todavía algo nuevo y experimental para mi -- y por
eso les invito a usar su curiosidad y reflexiones también, y anticipo continuar
esta conversación en el taller más tarde hoy y durante la semana.
Debería de decir también que no tomo este tema
ligeramente, o estrictamente como una experiencia académica. Yo vivo con dolor crónico -- tengo algo de
dolor la mayoría del tiempo, y mucho dolor algunas veces. Y este dolor es crónico, lo que quiere decir
de que es una parte contínua de mi vida, y que también no se puede enlazarlo
fácilmente con tal-llamadas causas físicas.
No aparece como un defecto claro en un rayos-X o MRI, y no responde en
una forma predecible a medicinas u otras intervenciones. Para mi, esto es fascinante, aún cuando es
frustrante (y lleno de dolor o sea doloroso).
No puedo evitar reflexionar teológicamente sobre esto. Pero además de mi auto-curiosidad aquí, yo
creo que el dolor crónico es interesante teológicamente para por lo menos dos
razones más.
Primero, el dolor crónico es un área de “discapacidad”
que no ha recibido mucha atención, por lo menos dentro del estudio académico de
discapacidad y religión. Mientras la
teología de discapacidad ha expandido de su enfoque inicial en diferencias de
movilidad para incluir diferencia sensorial, diferencia cognitiva, y demás,
creo que nuestro trabajo teológico -- tanto como nuestro trabajo como humanos
-- se ha hecho más complejo y con más enredos, en la mejor manera. Espero que la atención a dolor crónico pueda
ofrecer un lugar parecido de crecimiento.
Segundo, el dolor crónico es un área de “discapacidad”
que ofrece algunos desafíos realmente valiosos a nuestros modelos y
entendimientos existentes sobre discapacidad.
El dolor es lleno de problemas, no conecta fácilmente a trabajo de
abogacía, no conecta fácilmente a entendimientos sociales/minoridades de
discapacidad, y hasta entendimientos médicos-científicos de dolor siguen
cambiando. Como anota Sharon Betcher, la
atención a dolor nos mueve más allá de nociones románticas u ordenadas del
cuerpo hacia el caos y anarquía de la carne, vulnerable y derramandose y
desordenado, como “una tacita quebradita con diez mil venas.” Y, como una teóloga, yo creo que el dolor
levanta muchas preguntas interesantes sobre Dios y la relación de Dios al resto
de la creación, además de lo que quiere decir sobre nuestras relaciones con
nosotr@s mism@s y l@s un@s con l@s otr@s.
Pero no hacemos estas preguntas, cuando no reclamamos nuestra propia
interpretación de algo, lo dejamos para que otra gente lo interpreta para
nosotr@s. Entonces, como alguien que
vive con dolor crónico, me gustaría hablar por un momento de sobre como se mira
el dolor desde varios puntos de interpretación, y sugerir porque estos no son
adecuados, y después voy a tomar solo un momento para sugerir algunos puntos de
acceso alternativos, que espero que continuemos explorando en las
conversaciones esta tarde.
Por lo regular, no cuento a la gente
sobre mi dolor, no en general (a través de esta presentación esta mañana,
probablemente he triplicado el número de personas que no son personal medico
que saben que vivo con dolor crónico), y no en detalle ni a la gente más
confiada que saben que vivo con dolor.
No les cuento mucho de que “este es un mal día” o “este es un buen día”
o “Llegue a 8 en la escala de dolor hoy” – amig@s buen@s ya saben de todos
modos, supongo, porque ando con cojera(renquiando) o estoy gruñona o despistada, o porque se dan
cuenta que estoy hacienda el esfuerzo extra para no andar con cojera o estar
gruñona o despistada – pero no lo digo.
¿Porqué no? Creo que en parte es
porque me cansé de la gente diciéndome que me tenían lástima, o que me miraron
valiente o como una inspiración, o que Dios tiene que saber que yo lo puedo
manejar porque Dios no nos da mas que podemos aguantar (a cual punto, me tengo
que retener de decir muchas palabras malas).
O, aunque no oigo estas palabras tan concretamente, me doy cuenta de que
la gente piensa que Dios nos da dolor para enseñarnos una lección, para
fortalecernos, o que dolor es parte de La caída (pues la maldición de la mujer
en parto y todo eso), o es simplemente el quebrantamiento y parcialidad de la
vida humana, que se va a arreglar completamente (con las lágrimas limpiadas) en
la vida future. Estos son entendimientos
morales – y aunque no quiero discutir aquí que cualquier de estos son
incorrectos en si, mi sentido es de que las personas ofrecen estos sin crítica
y en formas que no son relacionadas al resto de su sistema de creencias. La gente que no creen en un Dios que escoge
números ganadores de la lotería todavía parece creer que hay un Dios en el
cielo que me escogió para dolor crónico.
Gente que enfatiza la complejidad e interdependencia de la creación
todavía miran mi dolor como algo incómodo e incorrecto que se necesita arreglar
inmediatamente (o por la menos, que yo pretendo que se ha desaparecido). Estos son entendimientos morales de dolor, y
se conectan con otros entendimientos morales de discapacidad, en los cuales si
no reflexionamos sobre ellos, los llevamos sin saberlos. Y los internalizamos, también. Entonces en parte no hablo de mi dolor
alrededor de otra gente porque siento vergüenza por mi dolor – y no creo que
vergüenza es una repuesta al dolor fuera de normal, que también viene de
nuestros entendimientos (o malentendimientos) morales.
Mencioné que lo “crónico” en el dolor crónico
significa dos cosas para mi – uno es que no es un dolor agudo que aparece y después
se calma en una forma predecible sino que es parte de la vida “ordinaria”
continua para mí, y que también es algo distinto de lo que aparece durante
exámenes médicos. Entonces empiezo a
preguntarme de que si todo está en mi cabeza – y que algo que está “en mi
cabeza” tiene que ser menos correcto, menos real de lo que puede ver mi
doctor/a, y entonces la/el doctor/a se vuelve la/el experta/o sobre mi
cuerpo. Me parece raro que nos enseñan
confiar más en la/el doctor/a que en nosotr@s mism@s del primer lugar, pero ese
es un tema para otro tiempo. Pero aún el
dolor agudo es algo que tiene poco sentido dentro de un lente estrictamente
médico. A un nivel, tiene sentido pensar
en dolor como un señal que hay un problema que hay que arreglar, que puede caber
facilmente dentro de un modelo medico que mira cuerpos como máquinas que de vez
en cuando se descomponen y necesitan reparación. El dolor es a veces algo como la luz en el
tablero de guia de un carro que dice “atienda al motor pronto.” Pero no es tan ordenado y arreglado como un
programa diagnóstico de computadora.
Como ha discutido Elaine Scarry (en The Body in Pain [El Cuerpo en
Dolor]) y otr@s, el dolor es inexpresible, algo que realmente no podemos
articular entre nosotr@s. “Destroza
lenguaje,” dice ella. La verdad es que
casi no hay una forma de saber si estoy en dolor en este momento y si estoy
inventándolo todo. Tal vez han visto
escalas de dolor, con los numerous 1-10, con las cuales se le preguntan a un/a
paciente calificar cuanto dolor tiene en cierto día. La esperanza es que cada un@ de nosotr@s
puede por lo menos tener una consistencia interna – que un 5 para mi un día es
como un 5 para mi en otro día – pero no hay una forma de saber si un 5 para ti
es algo como un 5 para mi, y de hecho es mas probable que son muy
diferentes. Estos días las clínicas de
dolor muchas veces se enfocan tanto en meditación y hábitos de dormir como en
medicinas o intervenciones médicas. Hay
mucho estudio maravilloso que se está hacienda sobre esto, mirando el manejo de
dolor como las intersecciones de ciencia y arte, o medicina y filosofía, pero
mi punto mayor aquí es que el dolor no es realmente un asunto médico simple, y
no debemos de abandonar nuestro esfuerzo de hacer sentido sobre dolor a un
lente médico solamente.
Pudiera hablar por un momento sobre cómo el modelo
social de discapacidad trata dolor, excepto que simplemente no lo trata. Este lente muchas veces sugiere que la “discapacidad”
existe en arquitectura y actitudes, no en el cuerpo humano. Hay formas en las cuales marcos sociales sí
afectan mi cuerpo lleno-de-dolor – gradas y sillas incómodas pueden aumentar mi
dolor – pero hasta los cambios más perfectos a actitudes y estructuras
arquitecturas y sociales nunca van a hacer desaparecer mi dolor. Si hace algo, el modelo social intenta borrar
dolor a través de ignorarlo o tratarlo como irrelevante. Esto tampoco es un modelo suficiente para
entender la experiencia humana dolor.
Supongo que no es una sorpresa de que pienso que algo
como el modelo de límites ofrece algunas posibilidades aquí, en particular como
pensamos teológicamente. El dolor es
interesante para mí en parte porque es una experiencia humana común. Tod@s experimentamos dolor, en diferentes
formas durante nuestras vidas, y es probable que vamos a experimentar más dolor
el más tiempo que vivimos – no importa si es dolor física que viene de artritis
o caderas dislocadas u otras experiencias que pensamos ser algo “normal” con
envejecimiento, o si es el tipo de dolor emocional que viene con una vida más
larga, con mas espacio para luto y pérdida y remordimiento – y una pequeña
digresión aquí, no estoy segura si quiero separar dolor física y emocional,
particularmente como sabemos que dolor “emocional” tiene síntomas físicos, y el
dolor física nos afecta emocionalmente.
Pero mi punto aquí es que, como toda la gente experimentamos límites,
también toda la gente experimentamos dolor, y parece torpe y inconsistente que
tendemos a definir dolor en contraste a la vida en vez de entender y abrazar
vida y dolor como entrelazados.
Si lo pensamos bien, no queremos una vida sin
dolor. El dolor nos dice que algo no
está bien – que se tiene que quitar tu mano de la estufa caliente, o dejar de
montar tu bicicleta cuando tienes un tendón de la pantorrilla desgarrado. La gente que viven sin dolor viven en gran
peligro. El dolor también nos dice que
algo importa – sentimos angustia genuina en momentos de grandes pérdidas,
nuestros estómagos duelen cuando estamos abrumados con estrés. Tanto duelen estas cosas, no quisiera estar
sin ellas. A veces la gente habla de
dolor “bueno” – el dolor que viene con músculos felizmente cansados, o la
intensidad y suelto que viene con un buen masaje. El dolor está enlazado con placer, con sexo y
parto, con lucha y crecimiento. Nos
motiva a hablar contra la injusticia, y se vuelve una forma de encarnar nuestra
resistencia a la injusticia. A veces me
pregunto si tendríamos un mundo más justo si nosotr@s con privilegio de verdad
pudiéramos sentir el dolor en las vidas que vivimos y las olas que causamos,
algo más saludable que nuestra tendencia de desatarnos (o adormecernos) de
cosas como pobreza, racismo, e injusticia.
Finalmente, creo que quiero un/a Dios que siente dolor
– no solamente en una forma romantizada o simbólica, sino profundamente en el
cuerpo de Dios. Un/a Dios que siente el
dolor, no solamente lo observa o lo imagina.
Y supongo que Dios sintiría en una manera que es crónica, sin fin, y con
una escala que va más allá de circunstancias que se puede medir. Tanto como la propuesta inicial de Eiesland
de un/a Dios discapacitad@, la idea de un/a Dios con dolor no nos extraña –
nosotr@s que estamos en la tradición Cristiana recordamos que Jesús lloró, y
solo podemos imaginar el dolor físico y emocional de la crucifixión. La mayoría de tradiciones tienen historias
que enlazan dolor con divinidad, y tod@s nuestr@s profet@s y teólog@s han
conocido dolor en sus cuerpos, y han conocido al mundo a través de su
dolor. Si podemos encontrar al mundo
solamente a través de nuestros cuerpos, y si nuestros cuerpos regularmente
sienten dolor, entonces hasta la forma en la cual conocemos al mundo es
afectado por y bien fundado en dolor.
Hasta me pregunto si la incomprensibilidad y inimaginabilidad de Dios es
como la incomprensibilidad y naturaleza destroza-lenguaje de dolor. Si no puedo articular mi dolor a ti, mucho
menos lo puedo hacer a Dios, que tiene
que sentir aún más dolor que yo, es Quien no se puede ser completamente
articulada o conocida por mí.
El
dolor no es una sorpresa, es intrínseco
a lo que es ser humano, y es bueno (o, por lo menos, no es maldad). Yo quiero ser un cuerpo que siente
dolor. Abrazo mi dolor crónico como
parte de quien soy -- sí, me gusta medicinas y otras maneras de calmarlo, pero
me ofrece un lente al mundo que es mío.
No conozco al mundo excepto a través de dolor. Y valoro el mundo que veo/miro de esta
manera. Me hace poner atención más de cerca
al mundo a mi alrededor, aún mientras me da momentos cuando todo que puede
experimentar es a mi misma. Pudiera
tomar un paso más que he tomado con límites para sugerir que el dolor es, en
algunas maneras por lo menos, sagrado.
Aquí no quiero deciexactamentete lo que describe Ariel Glucklich, en su
libro llamado Sacred Pain [Dolor Sagrado], en el cual describe como y
porque gente a veces participan en auto-lastimarse como una manera de alcanzar
lo divino (ayunando en el desierto, peregrin@s tomando viajes largos). No estoy sugiriendo que dolor nos lleva
a lo sagrado. No, creo que estoy sugiriendo que dolor en si
es sagrado, particularmente en las maneras en que nos deshace (como dice Elaine
Scarry) y traspasa espacio y tiempo ordinario.
Y tampoco estoy hablando de un sagrado romantizado, o uno que es puro y
perfecto y encima de un altar -- sino el tipo de sagrado desordenado, metido en
la tierra, vivo, totalmente fundado en la complejidad de la vida cotidiana real
y al mismo tiempo entrando a nuestras vidas en maneras que totalmente las rompe
-- deshaciéndonos completamente si nos gusta o no -- pero sin ese tipo de que
rotura tal vez nunca realmente sintieramos o vivieramos o crecieramos. Y tal vez debemos de estar abrazando estos
momentos de rotura, hasta regocijando en ellos, aún mientras luchamos con el
dolor en maneras que niegan romantizar o esterilizar o aceptarlo
pasivamente. Sí, a veces pienso que
dolor es la luz que dice: “atienda al motor,” pero como una teóloga, mi
esperanza es que haya algo más.
Para
algun@s de ustedes, puede ser que el dolor crónico tiene más sentido como un signo
del quebrantamiento del mundo, o lo caído o la fragilidad de la vida
humana. Hay días que estaría de acuerdo
contigo. No estoy discutiendo en contra
de tales interpretaciones aquí, sino que quiero subrayar dos puntos
principales. Primero, no fue hace mucho
tiempo que la teología consideraba todas experiencias de discapacidad como
quebrantamiento y algo contrario del plan de Dios. La discapacidad era un defecto. Ahora pensamos en una forma más compleja, o
por lo menos hacemos más preguntas.
Tanto como hemos llegado a pensar de la plena humanidad y bondad de
personas que son sordas o tienen Sindrome Down’s, me gustaría pedirnos
reconsiderar nuestros suposiciónes y prejuicios sobre “lo incorrecto” de
dolor. Segundo, dado que todas y todos
experimentamos dolor parte del tiempo, y algunas y algunos experimentamos dolor
todo el tiempo, pediría que no solamente miremos como arreglarlo, sino que
también lo consideramos como un fuente de conocimiento, una forma de conocer el
mundo, y de esta manera tal vez es hasta una parte de la belleza de la
creación, el diseño de vida, la profundidad de la experiencia humana. En vez de tratar de adormecernos o borrar
nuestro dolor, nos invito vivir plenamente nuestro dolor, profundizarnos en
nuestro dolor, pensar sobre las maneras en las cuales el dolor es grabado y
enredado en la bondad de la vida, a dar la bienvenida a las roturas, a
sumegirnos profundamente en dolor y averiguar lo que podemos aprender de
él. Por lo menos, es esto con que estoy
manejando hoy. Estoy anticipando sus
pensamientos.